miércoles, 17 de febrero de 2010

Invierno llevadero

En ocasiones me sorprendo
por entre vídeos y cintas de súper ocho
en los que mamá es infinita,
papá, esbelto y fuerte
y todos jugamos como y con el mar.

Es fácil atender a la nostalgia. Confieso.
Aún en los tiempos de los hombres invencibles,
cuando nos sabemos fuertes
y coqueteamos con la idea de la inmortalidad,
la nostalgia seduce.
Todos, en silencio,
somos cómplices de nuestros demonios,
aunque, en un principio, los ignoremos
y nos convenga ignorarlos.
Todos , en silencio,
estamos enfermos por la muerte
desde que nos habla en el vientre materno.
Por tanto, es fácil atender a la nostalgia, entonces.
Por eso, en ocasiones,
pliego la memoria y uno sus extremos
hasta sentir mis pies
en el principio de todo.

Ahora, en la caída al trabajo,
a la mañana, me cruzo con niños
que en años fui yo,
que en años plegarán su memoria.
No volveré a ser niño.
Ni mamá, infinita.
Ni papá, esbelto y fuerte.
Pero seguimos siendo
por entre estelas de ambulancias
que esquivan nuestros nombres.
Seguimos siendo
y, eso, a día de hoy, es mucho.

En pleno invierno es agradable
adivinar en pequeños detalles
otra primavera
y comprobar que continúas casi intacto.
No obstante, aún ello comprobado,
confieso que, en ocasiones,
hubiera preferido apenas tener conciencia
y caminar por la calle
con el único propósito de resguardarme del frío
y conseguir un invierno más llevadero.
Más fácil hubiera sido todo.

Perteneciente a Los desperfectos (2010, Ediciones En Huida)

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